Todo el mundo mira hacia arriba. Yo miro hacia abajo. Estoy en Mardi Gras y los regalos caen del cielo.
La calles están colmadas de gente que camina con la esperanza de que alguien los considere merecedores de unos vistosos collares de plástico que caen de los balcones. Hay muchas razones para merecerlos: una sonrisa, un grito, unos senos al descubierto… La competencia es grande, sin embargo, hay suficientes para todos. Con un poco de suerte, se adquieren varios que se van colgando alrededor del cuello, como medallas olímpicas.
Los collares de New Orleans, que inicialmente eran de cristal hechos en Checoslovaquia, han sido remplazados por collares plásticos chinos. Aún así, la gente los aprecia por igual.
Yo elijo mirar hacia abajo, en donde están los collares que nadie agarra. No se deben recoger del piso. Una de las reglas es que pasen de la mano del donante a las manos de quien las recibe sin que caigan.
Muchos de estos collares acaban sin dueño y, al ser combinadas con otros objetos que igualmente son descartados, se van creando pequeñas historias en el suelo.
El propósito de este proyecto es mostrar algunas de estas escenas que, aun siendo prosaicas, están llenas de poesía. Es basura, pero es también un pequeño inventario de objetos que logran crear un cuadro visual insólito en el cual la fantasía se mezcla con el pantano.